Mesalina cuando fue emperatriz utilizó todo su poder para dedicarse frenéticamente a lo que más le gustaba: fornicar.
Cuando el futuro emperador Claudio se casó en el año 38 o 39 con Mesalina seguro que no imaginó con quien se casaba. Mesalina seguro que tampoco imaginaba que el matrimonio que estaba contrayendo por interés económico iba a depararla lo más grande que alguien podía soñar. Por aquel entonces Claudio “solamente” era el tío del emperador Calígula, y era treinta y seis años mayor que su quinceañera esposa. La vida de ambos cambió un día cualquiera e improvisadamente, el 24 de enero del año 41 la guardia pretoriana asesinaba al emperador Calígula y nombraba emperador a Claudio, con fama de enfermizo y bobo. De la noche a la mañana una joven de apenas 17 años se convertía en emperatriz de Roma, es decir, del mundo.Retrato imperial en bronce de Claudio, en el M.A.N. (Madrid). |
A partir de ese momento Mesalina iba a gozar bajo su nuevo
estatus de un poder ilimitado. Y podía haberlo usado como mecenas de músicos y
poetas, por ejemplo, pero decidió centrar toda su influencia en una actividad
muchísimo más placentera, no cabe duda. ¿Cuál? Acostarse con toda persona con
un pene entre las piernas que no fuera su decrépito marido.
Los historiadores antiguos cuentan que era ninfómana, y le
daba igual un miembro de alta alcurnia que un poeta o un gladiador. Cuenta el
poeta Juvenal que incluso llegó a vestirse de prostituta y ponerse la “reglamentaria”
peluca (las prostitutas romanas debían de llevar pelucas de colores llamativos
para señalar su condición, en el caso de Mesalina era amarilla) para ir a
ofrecer sus servicios al peligroso barrio de la Subura bajo el pseudónimo de “Lycisca”,
que significaba “mujer-loba”. Su intensa actividad sexual llegaba a tal punto
que incluso las prostitutas llegaron a quejarse por competencia desleal, porque
claro imaginad qué hombre iba a pagar por una prostituta cualquiera pudiendo
acostarse con la mismísima emperatriz de Roma.
Mesalina estaba orgullosa de su fama sexual y parece que
debía tener un interés por demostrar lo “Lycisca” que era, así que aprovechó un
viaje de Claudio a la recién conquistada Britania para organizar en el palacio
una competición deportiva-sexual. ¿En qué consistía? Pues en ver qué mujer era capaz
de acostarse con más hombres de formas seguida. Tal debía ser su ego por ser la
mujer más lasciva de Roma que entre otras mujeres a las que había convencido de
participar retó a la élite de la lujuria, las prostitutas de oficio. Ésta
aceptaron el desafío y enviaron a Escila, la más loba de todas. Escila no tuvo ninguna
oportunidad. Mesalina la batió sin despeinarse. Según cuenta Juvenal, Escila se
rindió después de haberse acostado con 25 hombres. En cambio, Mesalina después
de llegar a la increíble cifra de 75 hombres no se sintió aún satisfecha, e
incluso pidió a Escila que regresará a la “competición” pero ésta se negó
diciendo «Esta infeliz tiene las
entrañas de acero». Y Mesalina prosiguió hasta los 200, cifra en la que ya
parece que un poco a gusto debió quedarse. (Espero que los miembros del Comité
Olímpico y todos los adinerados que les rodean no lean este artículo, sino me
temo que se piensen incluir esta práctica “deportiva” en los próximos JJOO para
subir la audiencia).
Mesalina estaba acostumbrada a acostarse con quien ella
quisiera, y el problema vino cuando se encontró con un hombre que no quiso. El
problema sobre todo para el pobre hombre. Cayo Apio Silano era su nombre, y
además era el amor de su infancia. Primero consiguió que Claudio lo hiciera
regresar de Hispania, donde ejercía de cónsul. Como no consiguió nada lo obligó
a casarse con su madre para tenerlo más cerca. Y ni por esas. Finalmente la
negativa de Silano a dar placer a la mujer más deseada y deseosa de Roma le
costó la vida.
Posteriormente, Mesalina se encaprichó del cónsul Cayo Silio,
uno de los hombres más apuestos de Roma según se dice, y consiguió que éste se
divorciara de su esposa. Un día cualquiera, Claudio marchó a Ostia, y su
ausencia fue de nuevo aprovechada por Mesalina para dar un paso más allá. No
tuvo mejor ocurrencia que casarse con su nuevo capricho y celebrar a espaldas
de su marido (y emperador, no lo olvidemos) una gran ceremonia erótico-festiva.
Y ese fue su fin. Claudio se enteró a instancias de su liberto Narciso, regresó
de Ostia y dio la orden de ejecutarla. Y así fue como la vida de Mesalina con apenas
veintitrés años llegó a su fin, víctima de su propia lujuria.
SABER
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JUVENAL: Sátiras
TÁCITO: Anales