“Hasta aquí he hablado de un príncipe; ahora hablaré
de un monstruo”. Así comienza Suetonio el capítulo XXII de su biografía de
Calígula. Cuenta que comenzó a creerse un dios. Mandó traer de Grecia la
estatua de Júpiter Olímpico y la arrancó la cabeza para ponerle una suya.
Amplió su palacio hasta conseguir que el templo de Cástor y Pólux fuera un
vestíbulo más y frecuentemente se sentaba entre ambas estatuas para que la
multitud les ofreciese ofrendas. Incluso tuvo un templo propio en el que cada
día se sacrificaban animales diferentes. Dicen que conversaba con Júpiter e
incluso se le llegó a escuchar amenazarle diciéndole “Pruébame tu poder o teme
el mío”.
Calígula parece que también
tenía algún que otro problemilla con las relaciones familiares. Diréis “bueno
qué exagerado, pues como en todas las familias”. Ya, pero creo que un poquito fuera
de lo normal. También depende de lo que veáis como normal, pero ahí ya cada
cual… Bueno ahora juzgáis vosotros mismos. Se insinuaba que podía haber envenenado
a su abuela Antonia. Mandó matar a su primo Tiberio y obligó a su suegro Silano
a degollarse. Sentía un “cariño especial” por sus hermanas, sobre todo con
Drusila, a quien trató públicamente como su esposa tras arrebatársela a su
marido. Era tal la pasión que sentía hacia ella que cuando ésta falleció
durante un tiempo guardo e hizo guardar un luto un tanto estricto diríamos,
durante ese periodo fue pena capital reírse, bañarse y comer junto con la
familia y los amigos. Llegó a tal grado su locura que se fugó una noche de Roma
y galopó por toda Italia hasta cruzar hacia Sicilia y llegar a Siracusa. Tan
pronto llegó se volvió a Roma poseído por el dolor. Con sus parientes y amigos
parece que tampoco tenía una relación muy buena que digamos. A su primo
Ptolomeo (que además era hijo de Juba, rey de Numidia), a Macrón y Enia los
mandó matar de forma sangrienta.
“En cuanto a sus matrimonios
es difícil decidir si fue más infame cuando los contrajo, cuando los deshizo o
los mantuvo” en palabras de Suetonio. Mucha suerte parece que no tuvieron las
mujeres que tuvieron la “suerte” de que el emperador se fijara en ellas.
Asistió a la boda entre C. Pisón y de Livia Orestila, ordenó que la llevasen a
su casa, al poco tiempo la repudió y a los dos años la desterró. La siguiente
fue Lolia Paulina. Calígula escuchó decir que su abuela había sido la mujer más
bella de Italia. De tal palo tal astilla debió pensar. Obligó a su marido a cedérsela,
al poco tiempo también la repudió y la prohibió volver a estar con ningún
hombre. Parece que a la siguiente la amó. Cesonia se llamaba y no era ni joven
ni guapa pero “era un monstruo de lujuria y lascivia” apunta Suetonio. La hacía
montar a caballo desnuda, solo vestida con la clámide (la capa militar), un casco
y un escudo para pasearla delante de sus soldados. A sus amigos directamente la
mostraba totalmente desnuda. Con Cesonía tuvo una hija a la que llamó Julia
Drusila en honor de su amada hermana fallecida. Parece que Calígula tenía muy
claro que era hija suya porque veía en ella los mismos rasgos de crueldad que
tenía él, la niña rasgaba la cara de los niños cuando jugaban con ella. Tan
orgulloso estaba de ella que la colocaba en el seno de la estatua de Minerva y
pedía a ésta que la protegiese y educase.
La relación con el Senado fue
de todo menos cordial. Aquí es donde se producen algunos de los actos que hacen
defender para algunos que era un loco egocéntrico y maniaco. Pero para otros
son la muestra de su genialidad y su cordura, como explicaremos en el siguiente
capítulo (donde contaremos sus actos desde otro punto de vista, dándoles una
explicación racional). Hizo que algunos senadores corriesen con la toga puesta
durante varias millas junto a su carro, que durante sus comidas estuvieran de
pie tras él o a sus pies con un delantal en la cintura. A algunos senadores los
mató secretamente pero se hacía el loco (nunca mejor dicho…en esta versión) y
los seguía llamando a palacio. Destituyó a los cónsules por no dar un edicto
conmemorando su cumpleaños.
Ninguna clase social se
libraba de su locura. En el anfiteatro, donde todas se juntaban, era capaz de
hacer que respetables padres de familia con alguna deformidad luchasen como
gladiadores, se permitía excentricidades como poner a luchar a gladiadores decrépitos
y viejos y a fieras extenuadas, echaba a los prisioneros a las fieras como
comida para ahorrársela, e incluso una vez llegó a quitar el toldo que tapaba
del sol a los espectadores un día de mucho calor, ordenando que no dejasen
salir a nadie. Y llegó a cerrar varias veces los graneros amenazando al pueblo
con dejarlo morir de hambre. Cuando alguien cometía “delitos tan graves” como
no quedar contento con un espectáculo, lo metía en una jaula y lo hacía estar a
cuatro patas como un animal o bien le serraba el cuerpo por la mitad. Llegó a
quemar vivo a un poeta por equivocarse con un verso. Tampoco tenía piedad de
los niños, a los que martirizaba, obligando sus padres a estar presentes. Cada
diez días hacía una lista de prisioneros a los que iba a matar. A esto le
llamaba ajustar sus cuentas. Un día
hizo una lista que estaba compuesta por griegos y galos y dijo que acaba de subyugar
la Galogrecia. Sería muy cruel pero sentido del humor tenía, no hay quien se lo
niegue.
Si pensáis que ésta es todo
lo que dio de sí su crueldad es que no conocéis bien a Calígula. Es tanta que
nos obliga a hacer una Parte III. Así que atentos, que esto casi es el
aperitivo.
Definitivamente un loco con todo el poder en sus manos
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