Calígula
es uno de esos personajes que no ha dejado nunca indiferente a nadie, en
ninguna época, ni ahora a los curiosos que se acercan a su historia ni a sus
propios contemporáneos. Uno de esos personajes que solo puedes odiar o amar.
Desde
su propio nacimiento generó polémica. Ni siquiera los autores se ponen de
acuerdo en qué lugar lo hizo. Por ejemplo, Gentilicio defendía que había nacido
en Tibur y Plinio le criticaba porque según él Gentilicio decía que había
nacido ahí porque quería adular a “un príncipe joven y apasionado por la
gloria” ya que ésta era una ciudad consagrada a Hércules.
Desde muy pequeño acompañó a su padre en las campañas
militares y por ello los soldados le tenían un gran cariño. Tanto que según
cuenta Suetonio tras morir Augusto “su presencia bastó -esto es indudable- para
calmar el furor de las tropas insurreccionadas”. Se le conoce como Calígula
pero realmente no era ese su nombre, sino su mote, y estaba asociado a su niñez
entre soldados. Es curioso que un emperador romano haya pasado a la historia
por un apodo que le pusieron en su infancia. Calígula es un apelativo militar
que se debe a que iba vestido de militar, llevando las típicas caligas de los soldados, es decir, las
sandalias hechas de correas de cuero que llevaban los legionarios.
A los veintiún años fue llamado por Tiberio a Capri,
donde había establecido su residencia. Allí cuenta Suetonio que dio rienda
suelta a sus crueles pasiones “siendo uno de sus placeres más gratos presenciar
torturas y el último suplicio de los condenados. Por la noche corría hacia
lugares depravados y hacia el adulterio, envuelto en amplio manto y oculta la
cabeza bajo cabellos postizos. Tenía especial pasión por el baile teatral y por
el canto. Tiberio no contrariaba estos gustos, que, según creía, podían
dulcificar su índole feroz”. Poco
tiempo después se casó con Junia Claudia, y tras morir ésta en un parto se
prometió con la hija de Macrón, jefe de las cohortes pretorianas. Conseguido el
apoyo y el respaldo de éste cuenta Suetonio que no dudo en asesinar a Tiberio
envenenándolo y que “aun respiraba éste cuando Cayo le quitó el anillo, y como
el moribundo mostraba querer conservarlo hasta el fin, hizo arrojarle encima un
colchón, o tal vez le estranguló con sus manos; un liberto, a quien esta
crueldad arrancó un grito, fue crucificado en seguida”.
El 16 de marzo del año 37 fue nombrado emperador por
el Senado y con el apoyo unánime del pueblo. Tal era el fervor que éste sentía
por él que se degollaron más de 160.000 victimas en su honor en los tres
primeros meses. Incluso al caer enfermo un tiempo después, el pueblo romano se
agolpó alrededor del palacio durante toda la noche y hubo personas que hicieron
promesas a los dioses de combatir en la arena o inmolarse como victimas
propiciatorias si Calígula se recuperaba.
En sus primeros tiempos en el trono Calígula llevo a
cabo una política justa, recta y conciliadora, que como veremos a continuación
chocan bastante con la imagen que tenemos de él. Suetonio nos cuenta que “Un
día se negó a recibir un escrito que le presentaban como interesante para su
vida, y contestó que nada había hecho que pudiese atraerle el odio de nadie, y
aseguró que no tenía oídos para los delatores”.
Entre
las primeras medidas que introdujo están: desterró de Roma a los inventores de
orgías monstruosas; hizo publicar obras que habían sido censuradas por el
Senado; publicó las cuentas del Imperio; dio a los magistrados jurisdicción
propia, libre e independiente de él; añadió una quinta decuria para aliviar el
trabajo de los jueces; restableció el uso de los comicios y devolvió al pueblo
el derecho de sufragio; indemnizó a los afectados por incendios; ofreció muchos
combates de gladiadores y juegos escénicos en los que incluso repartía regalos
entre el público. Su magnanimidad era tal que incluso llegó a regalar ochenta
mil sestercios a un liberto a quien las torturas más crueles no habían podido
arrancar una sola palabra acerca de un crimen que se imputaba a su patrón. Su
forma de gobernar hizo que se decretase que el día de su advenimiento al
Imperio se llamaría Palilia, como si
fuese fecha de nueva fundación de Roma.
Un buen día a Calígula se le ocurrió una de esas ideas
que hacen dudar entre si era un loco o un genio. Ordenó que en el mar entre
Baias y Puzol se alineasen barcos formando un gran puente, por el pasó
engalanado sobre su caballo mostrando todo su poderío militar. Existen tres
versiones diferente para explicar este hecho: algunos dicen que quería emular
al gran Jerjes (que había hecho construir un puente en el Helesponto), otros
que quiso asustar con aquella muestra de grandeza y de fuerza a los bretones y
a los germanos (a los que amenazaba con la guerra). Hay una tercera hipótesis
que cuenta Suetonio, cuando Calígula era un niño el astrólogo Trasilo viendo
que Tiberio dudaba en su decisión para nombrar sucesor afirmó que “Cayo no
tenía más probabilidades de ser emperador que de atravesar a caballo el golfo
de Baias”, por tanto lo había hecho irónicamente para reírse de aquella
afirmación. Lo dicho, un loco o un auténtico genio, vosotros decidís. Pero aún
hay mucho más.