viernes, 31 de julio de 2015

Desvelan qué acabó con miles de soldados del ejército de Napoleón en Rusia



Un nuevo estudio ha descubierto que el hambre, y no solo el frío, causó estragos entre las tropas del «Pequeño Corso»





Las victorias de Napoleón Bonaparte son bien conocidas a lo largo del globo, al igual que sus derrotas. De hecho, no son pocas las batallas que han quedado grabadas a fuego en la Historia debido a que el «Pequeño Corso» fue vencido de forma humillante. Una de ellas, precisamente, es su campaña sobre Rusia, un plan que salió estrepitosamente mal debido -principalmente- al viento gélido de la estepa y a las enfermedades.

O eso se pensaba hasta ahora, pues dos nuevos estudios científicos han corroborado que el hambre también pudo ser determinante en la muerte de miles de soldados galos. Dicha conclusión se ha podido establecer gracias a una serie de análisis realizados a los restos de varios militares de las guerras napoleónicas hallados en Lituania. Estos han desvelado que los combatientes contaban con un alto nivel de isótopos de nitrógeno en sus huesos, algo que sucede cuando el organismo sufre una falta grave de proteínas.

Realizados por Serenela Pelier y Sammantha Holder (de la Universidad de antropología central de Florida) bajo la dirección de la bioarqueóloga Tosha Dupras, los estudios han sido publicados en la revista «Forbes». En el primero, Pelier ha analizado los isótopos de oxígeno presente en los restos para averiguar su origen geográfico. Por su parte, Holder ha usado los isótopos de carbono y nitrógeno para conocer la dieta de los sujetos y si sufrían, o no, falta de algún alimento.



La campaña

Corría 1812 cuando Napoleón Bonaparte envió a 675.000 hombres llegados de toda Europa hacia la estepa rusa para evitar que el zar Alejandro I se lanzase sobre Polonia (ya suelen decir que la mejor defensa es un buen ataque).

Sin embargo, tras varios meses de luchas y avanzar sobre la misma Moscú, esta «Grande Armée» no tuvo más remedio que iniciar una retirada masiva. Esta se realizó, en principio, debido, al frío y las enfermedades. En esa huida controlada murieron miles de combatientes. De hecho, cuando el grueso de las tropas llegaron a Smolensk, al oeste del país, solo había 41.000 soldados vivos.

Desde allí, el ejército continuó hacia el oeste, cruzó el río Beresina y llegó a Vilna, en Lituania, donde cayeron otros 20.000 militares debido a la hipotermia, el hambre y el tifus. Allí fue precisamente donde, en 2001, el arqueólogo Rimantas Jankauskas halló varias fosas comunes con restos de más de 3.200 combatientes de la «Grande Armée». Todos, en menos de siete metros cuadrados y todavía con lo que quedaba de sus uniformes y sus pertrechos. La mayoría, hombres (salvo dos docenas de mujeres).



Los estudios

Este tesoro arqueológico es el que ha sido usado por las expertas para determinar si el hambre afectó o no de forma determinante a los combatientes. Para ello, Pelier analizó, en primer lugar, restos del fémur de ocho hombres y una mujer (acompañante de los soldados, probablemente).

Durante su investigación, basada en la medición de isótopos de oxígeno en los huesos, logró averiguar que ninguno de los varones era natural del lugar y que, posiblemente, habían estado en la Península Ibérica y en África antes de llegar hasta allí (ambos, lugares en los que combatió el ejército de Napoleón). La mujer, por su parte, provenía del sur de Francia.

Posteriormente, Holder analizó los restos de isótopos de carbono y de nitrógeno que se hallaban en las muestras de 73 hombres y 3 mujeres enterradas en la fosa común. Y es que, la cantidad de estas sustancias presentes en los huesos ofrece datos sobre los carbohidratos y proteínas que ingerían lo sujetos.

Los resultados fueron determinantes: más de dos docenas de los sujetos tenían altos niveles de isótopos de nitrógeno (algo que sucede -entre otras situaciones- cuando el organismo necesita urgentemente proteínas. Esto, en palabras de la experta, indica que muchos sufrieron de una mala alimentación.

«Los periodos prolongados de inanición se produjeron, probablemente, debido al servicio militar o a sus viajes por Europa», ha determinado Holder. A pesar de que la experta ha señalado que sus conclusiones son provisionales, parece que la falta de comida causó estragos en el ejército de Napoleón.



Fuente: ABC

viernes, 3 de julio de 2015

El mito de los piojos que mataron a Felipe II

Felipe II quedó viudo cuatro veces, perdió a seis hijos y vivió la muerte de la mayoría de sus hermanos, incluido su hermanastro Juan de Austria al que sacaba 20 años. La tragedia golpeó al Monarca más poderoso de su tiempo con insistencia. De una personalidad obsesivo compulsiva, que, entre otras rarezas, le convertía en un hombre enfermizamente minucioso con su higiene personal, Felipe II sufrió una lenta agonía que duró 53 días y le dejó postrado en la cama sin poder cuidar su aseo. Entre el mito y la realidad, el anecdotario ha achacado de forma poco precisa a una presencia excesiva de piojoscomo la causa final de la muerte del Rey el 13 de septiembre de 1598.

Criado por la Reina y por sus hermanas mayores, Felipe II creció sin la imponente presencia de su padre Carlos I, un Rey que permanecía poco tiempo en un mismo lugar, lo que marcó profundamente el carácter del joven príncipe. En su libro «Felipe II: la biografía definitiva», el hispanista Geoffrey Parker recuerda que para Sigmund Freud la personalidad obsesiva se desarrolla a raiz de una educación muy severa que crea mentes inseguras y temerosas. Este fue el caso de la educación de Felipe II, quien era el único heredero varón al trono y fue objeto de muchas presiones. A la Emperatriz Isabel, la madre, le entraba el pánico cada vez que alguno de sus hijos contraía la menor enfermedad, pues ya había perdido a varios niños, y mantuvo un estricto control sobre el pequeño.

Una de los atributos que desarrolló el Rey a consecuencia de esta severa educación fue la exagerada adoración por la rutina, el orden y la puntualidad. Su detallismo era tan meticuloso que le conducía a incurrir en la prolijidad, o sea en la confusión de los esencial con lo accesorio. «Felipe II se sentía feliz realizando el trabajo administrativo y encargándose de mantener la copiosa correspondencia, encerrado en su gabinete de trabajo, rodeado de montones de papeles, documentos y memoriales, y entregádose al cuidado de todos los pormenores», explica el psiquiatra Francisco Alonso-Fernández en su libro «Historia personal de los Austrias españoles». Otra rasgo derivado de esta personalidad era su celo excesivo por la higiene personal. Jehan Lhermite, gentilhombre de la Corte, observó que Felipe II «era por naturaleza el hombre más limpio, aseado, cuidadoso para con su persona que jamás ha habido en la tierra, y lo era en tal extremo que no podía tolerar una sola pequeña mancha en la pared o en el techo de sus habitaciones».

El carácter del soberano complicó aún más los convulsos años finales su reinado. En 1588, el intento por desembarcar tropas españolas en Inglaterra fracasó estrepitosamente y la guerra continuó, junto a otros frentes abiertos en Europa, hasta la muerte de Felipe II e Isabel I. Asimismo, la revuelta en Aragón, que no contó con el apoyo de los catalanes ni los valencianos, obligó al Monarca a movilizar a un ejército de 12.000 hombres y a restaurar el orden personalmente en Zaragoza. Al final del conflicto, el soberano publicó un indultó que excluía a 22 destacados traidores (encabezados por el pérfido secretario Antonio Pérez) y a 125 participantes notorios. En 1597, además, se produjo una nueva suspensión de pagos al declararse la tercera bancarrota, lo cual provocó un gigantesco endeudamiento de la Corona y una profunda huella física en el Rey.

La salud de Felipe II fue durante la mayor parte de su vida muy delicada, sin advertir tampoco dolencias graves hasta los cuarenta años cuando registró asma, artritis, cálculos biliares e incluso fuertes dolores de cabeza, quizá ocasionados por una sífilis congénita. Además, Felipe II fue víctima de una serie de fiebres intermitentes, cada vez más frecuentes con el transcurso de los años, que le provocaban una sed que no calmaba por más que bebiera agua. Así, fue probablemente la malaria que sufrió en el pasado y el alto nivel de consanguinidad del que era fruto –sus padres eran primos hermanos– el origen de su quebradiza salud. El hispanista Geoffrey Parker incluso ha encontrado vínculos entre la consanguinidad y los problemas que tuvo Felipe II para dejar descendencia: «La consanguinidad puede explicar por qué, aunque cuatro de las esposas del Rey quedaron embarazadas hasta en 15 ocasiones, solo cuatro de sus hijos sobrevivieron a la niñez».

Y aunque no registró su primer ataque de gota hasta los 36 años, en el imaginario popular ha quedado la imagen del Rey gotoso trasladándose a todos los sitios en una silla especial y aquejado de terribles dolores. Ciertamente, la desequilibrada alimentación del Rey durante toda su vida –todos los días comía carne al menos dos veces– derivó en graves problemas de gota en su vejez que le dejaron prácticamente inmovilizado en sus útimos diez años.

Una agonía de 53 días

Fue finalmente un asunto anímico el que derrumbó la salud del Monarca. En noviembre de 1597, Felipe II recibió la noticia de que su hija Catalina Micaela había muerto en el parto. «Ni muerte de hijos, ni de mujer, ni pérdida de armada («La Invencible»), ni cosa la sintió como ésta; ni le habían visto jamás quejarse a ese gran príncipe como ahora en este caso se quejó, y así le quitó muchos días de vida y salud», describe el cronista Sepúlveda. La pérdida de ánimo de Felipe II a una edad tan avanzada, 70 años, originó pronto graves problemas físicos y el que su cuerpo se llenara de úlceras por la falta de movilidad. Advirtiendo su final, el Rey decidió trasladarse en el verano de 1598 a su construcción más querida, el Monasterio de El Escorial, para poder morir allí.

Su salud fue de mal en peor en el austera monasterio-palacio. Fray José de Sigüenzaafirma en su crónica que el Monarca padeció el 22 de julio de 1598 calenturas a las que se unió un principio de hidropesía y la incapacidad para ingerir alimentos sólidos. Llegó a perder la movilidad de la mano derecha sin poder firmar los documentos. Se le hincharon el vientre, las piernas y los muslos al tiempo que una sed feroz lo consumía. Y lo que es peor, la meticulosidad en su higiene se fue al traste.«Sufría de incontinencia, lo cual, sin ninguna duda, constituía para él uno de los peores tormentos imaginables, teniendo en cuenta que era uno de los hombres más limpios, más ordenados y más pulcros que vio jamás el mundo… El mal olor que emanaba de estas llagas era otra fuente de tormento, y ciertamente no la menor, dada su gran pulcritud y aseo», narró Jehan Lhermite sin escatimar en detalles.

Retrato de Felipe II en su vejez

El nauseabundo estado que azotó a una persona tan obsesivamente limpia como era Felipe II ha hecho surgir con los añosel escabroso mito de que la causa final de su muerte fue por pediculosis, la infestación de la piel por piojos que causa una irritación cutánea. La anécdota está presente en una decena de libros sobre curiosidades históricas. Pero, si bien no es extraño que el Rey pudiera ser víctima de los piojos, sobre todo en ese estado de falta de aseo, la teoría de la invasión de estos parásitos como causa de la muerte suena a broma cruel en el mejor de los casos.La interminable lista de afecciones registradas por el Monarca justifican de sobra su ocaso físico sin necesidad de recurrir a los piojos. «No lo puedo soportar de ninguna de las maneras del mundo», clamó el Monarca cuando el dolor de las llagas se hizo insoportable y no le permitía moverse ni un centímetro sin gritar de tormento.

En la madrugada del 12 al 13 de septiembre, Felipe II entró en mortal paroxismo después de más de 50 días de agonía. Antes del amanecer volvió en sí y exclamó: «¡Ya es hora!». Le dieron entonces la cruz y los cirios con los que habían muerto doña Isabel de Portugal y el Rey Carlos I. Tras la muerte del Monarca más poderoso de su tiempo a los 71 años, el cronista Sepúlveda cuenta que Felipe II dejó escrito que se fabricara un ataúd con los restos de la quilla de un barco desguazado, cuya madera era incorrupta, y pidió que le enterrasen en una caja de cinc que «se construyera bien apretada para evitar todo mal olor».

http://www.abc.es/espana/20150702/abci-felipe-piojos-muerte-201507012057.html?ns_campaign=GS_MS&ns_mchannel=abc_es&ns_source=fb&ns_fee=0&ns_linkname=CM_generalP

jueves, 15 de enero de 2015

LAS DOS CARAS DE CALÍGULA: EL GENIO



 LAS DOS CARAS DE CALÍGULA: EL PERTURBADO

 

La imagen que tenemos de Calígula es la de un emperador loco, cruel hasta el extremo, pervertido y extravagante. Esa es la explicación a sus actos que hemos dado en el anterior artículo. Pero todos esos actos pueden explicarse desde otra perspectiva. Puede que no fuera un perturbado sino un emperador muy inteligente con un ácido sentido del humor en su día a día.


La leyenda negra de Calígula no fue así durante todo su reinado, al principio cuando accedió al poder y era un joven emperador las fuentes cuentan cosas buenas de él. Su llegada fue bien acogida por los poderosos, que veían en su inexperiencia la oportunidad perfecta para manejarle a su antojo, seguir manteniendo sus privilegios y teniendo el poder en la sombra. Recordemos que Tiberio, su predecesor, había intentado mantener una política de colaboración con el Senado, finalmente perdería el pulso y se marcharía a la isla de Capri alejándose de la política del día a día. Justo en ese momento es cuando las fuentes critican despiadadamente a Tiberio con cosas muy similares a las que posteriormente achacarán a Calígula, como su depravación sexual. Como decíamos, Calígula gozaba de una opinión favorable de los poderoso, lo que se reflejaba en las fuentes. Es a partir del momento en que empieza a afianzar su poder y a tomar decisiones para alejar al Senado cuando comienzan las criticas. No hay que olvidar que los autores no son gente del pueblo sino personas que están alrededor de esos poderosos, son uno más de ellos o viven de escribir para ellos, por tanto las decisiones que Calígula toma para afianzar su poder y limitar las presiones de los poderosos afectan directamente a quien escribe sobre él.

Calígula llegó al poder siendo muy popular debido a ser hijo de Germánico, que había sido muy querido por el pueblo, pero esta popularidad se acrecentó por sus actuaciones frente a las clases privilegiadas romanas. Su afán por mostrar a senadores, caballeros y hombres pudientes que él estaba por encima de ellos y que no se iba a dejar manipular explicaría actos de humillación como la privación de sus asientos reservados en el teatro, hacerles correr al lado de su litera, hacerles combatir en la arena y todo ese tipo de actos que se han contado en el otro artículo. También esto explicaría que quisiera hacer senador a su caballo Incitatus, una forma irónica, típica de su carácter, para mostrar que su caballo era más fiel que los senadores y, por tanto, más digno de ostentar ese cargo, y también como modo de humillarles.




Para explicar todos sus actos se han propuesto varias hipótesis típicas como explicación, entre ellas que acusaba una enfermedad mental como la epilepsia o la esquizofrenia, pero como afirma el historiador José A. Rodríguez Valcárcel el comportamiento de Calígula podría explicarse como propio de una personalidad peculiar, lo que el propio emperador denominaba inverecundia, es decir, desfachatez, falta de pudor o desvergüenza, lo que explicaría muchas de sus palabras y actos, que hoy denominaríamos humor negro, como la que contamos de que se reía de que con un gesto podía hacer matarlos a todos. Lo que se achaca a una enfermedad mental podría ser simplemente el carácter de una persona rebelde, de un emperador que no actuaba conforme a las normas convencionales asociadas a su cargo, lo que sorprendía notoriamente para mal a sus contemporáneos más conservadores.

Sus detractores decían que tras una enfermedad que padeció en el año 37 d.C. su carácter cambió por el de un hombre sanguinario, que esa enfermedad le afectó a la cabeza y por eso cometió actos atroces y mandó matar a personajes importantes como  Gemelo (al que había adoptado) o Silano (su ex suegro). Pero ambas decisiones podrían tener una explicación más factible, la sospecha de la enfermedad que casi se lo lleva al otro barrio no había sido natural sino consecuencia de un envenenamiento perpetrado por una conspiración encabezada por Gemelo. Y en cuanto a Silano, parece que después de separarse de su hija seguía tomándose la confianza de decirle lo que tenía que hacer, al mismísimo emperador, y tanto meterse donde no le llamaban hartó a Calígula y termino diciéndole algo así como “anda suicídate”. Y así fue.

Otra de las más graves acusaciones que se le han hecho a Calígula era que había tenido relaciones incestuosas con su hermana Drusila, y de ahí su desmedida pasión hacia ella, como contamos. En cambio, en opinión de Valcárcel esa pasión mostrada era una muestra más de su carácter poco dado a la contención y al protocolo riguroso de su cargo, además de que así imponía su autoridad suprema sobre cualquier opinión que se pudiera dar.
En cuanto a sus matrimonios los autores clásicos le criticaron mucho que se casará con Lolia porque ésta ya estaba casada, y lo apuntan como un ejemplo más de sus decisiones irracionales, dando a entender, por tanto, que era un acto escandaloso, pero en realidad no era tan escandaloso ni tan anormal ya que existen precedentes, como el matrimonio de Augusto con Livia, que se había dado en circunstancias parecidas.

En la organización de todo tipo de actos podemos observar la faceta más personal y pasional del emperador. Calígula era el máximo poder de Roma pero no dejaba de ser un hombre de su tiempo y como tal compartía las pasiones y gustos de la gente corriente. De ahí su comportamiento poco recto y respetuoso con el protocolo en todo tipo de festejos.

Otro de los episodios más rocambolescos es el que narra como queriendo invadir Britania lo único que hizo fue quedarse en una playa frente a la isla y mandar a sus soldados recoger conchas para llevarlas como botín de guerra. Este acto excéntrico podría tener explicación en que fuese una orden dada a sus soldados para escarmentarles por no querer ir a Britania, temerosos de una tierra desconocida y con bruma sobre la que pesaba el misterio.

Las cosas no son siempre lo que parecen, en este caso lo que se cuenta. Eso pasa con Calígula. Mostrado como un monstruo y desprestigiado por los autores clásicos y visto como un emperador que se enfrentó al todavía muy importante poder del Senado. Ya tenéis las dos versiones. Un perturbado o un genio. Ahora vosotros decidís.



SABER +


Rodríguez Valcárcel, José A.: Calígula. Madrid, Alderabán Ediciones, 2010.

jueves, 23 de octubre de 2014

LAS DOS CARAS DE CALÍGULA: EL PERTURBADO (Última parte)

PARTE I
PARTE II


Si pensabais que todo lo anterior era ya suficiente estabais muy equivocados. Calígula no tenía límites.



Cuando torturaban a alguien disfrutaba viéndolo y recomendaba a los verdugos que “que hiriesen de manera que se sintieran morir”. Incluso estas ejecuciones le animaban las comidas, durante las cuales no era extraño ver a un soldado experto en cortar cabezas mostrando su “don”.



Su afán por ser recordado toda la eternidad llegaba hasta tal punto que se lamentaba que durante su reinado no hubiesen ocurrido ni grandes hambrunas, ni desastres naturales ni de ningún otro tipo y que por tanto nadie se acordaría de él. Por lo que sí sería recordado sería por ordenar a sus soldados que recogieran conchas del mar estando de expedición militar en Bretaña. Y aunque se empeñó en ser gladiador, auriga, cantor y bailarín, no tuvo tanta suerte para pasar a la Historia por ello.





La crueldad y la genialidad en Calígula trazaban una línea difusa muy difícil de discernir, porque a veces tenía puntos como éste que cuenta Suetonio: “En medio de espléndida comida comenzó de pronto a reír a carcajadas; los cónsules sentados a su lado le preguntaron con acento adulador de qué reía: Es que pienso, contestó, que puedo con una señal haceros degollar a los dos”.



En cuanto a los amores cuenta Suetonio: “Jamás cuidó de su pudor ni del ajeno; y créese que amó con amor infame a M. Lépido, al payaso Mnester y a algunos rehenes. Valerio Cátulo, hijo de un consular, llegaba a gritar que lo habla prostituido y que estaba extenuado por ello. Sin hablar de sus incestos con sus hermanas, ni de su conocida pasión por la cortesana Piralis, no respetó a ninguna mujer distinguida. Lo más frecuente era que las invitase a comer con sus esposos, hacialas pasar y repasar delante de él, las examinaba con la minuciosa atención de un mercader de esclavas, y si alguna bajaba la cabeza por pudor, se la levantaba con la mano. En seguida llevaba a la que le agradaba más a una habitación inmediata, y volviendo después a la sala del festín, con las recientes señales del deleite, elogiaba o criticaba en alta voz lo que habla encontrado agradable o defectuoso en la persona de cada una y en sus relaciones con él”.



Tenía un cariño muy especial por el caballo Incitatus, como cuenta Suetonio “la víspera de las carreras del circo mandaba soldados a imponer silencio en todo el vecindario, para que nadie turbase el descanso de aquel animal. Mandó construirle una caballeriza de mármol, un pesebre de marfil, mantas de púrpura y collares de Perlas: dióle casa completa, con esclavos, muebles, en fin, todo lo necesario para que aquellos a quienes en su nombre invitaba a comer con él, recibiesen magnífico trato, y hasta se dice que le destinaba el consulado”.



Su extravagancia era tan grande como su glamour: comía perlas disueltas en vinagre y daba a sus invitados comida condimentada con oro, como si fuera azúcar glas en un bizcocho. Glamour que mostraba aún más con su vestimenta: “Su ropa, su calzado y en general todo su traje no era de romano, de ciudadano, ni siquiera de varón. Frecuentemente se le vio en público con brazaletes y manto corto guarnecido de franjas y cubierto de bordados y piedras preciosas; otras veces. con vestidos de seda y túnica con mangas. Por calzado, llevaba sandalias, coturno, o botines de corredor, y algunas veces zueco de mujer. Con mucha frecuencia se presentaba con barba de oro, llevando en la mano un rayo, un tridente o un caduceo, insignias de los dioses, y algunas veces se vestía también de Venus. Hasta antes de su expedición a Germania, llevaba con asiduidad los ornamentos triunfales, y no era cosa rara verle la coraza de Alejandro Magno, que había mandado sacar del sepulcro de este príncipe” (Suetonio).





Puede que todas estas actuaciones tuvieran una explicación lógica, puede que no fueran fruto de la locura sino que tuvieran un motivo detrás. Lo contaremos en la otra cara de Calígula. Mientras tanto nos quedamos con una frase que él decía y que define muy bien esta cara: “Que me odien con tal de que me teman”.