jueves, 23 de octubre de 2014

LAS DOS CARAS DE CALÍGULA: EL PERTURBADO (Última parte)

PARTE I
PARTE II


Si pensabais que todo lo anterior era ya suficiente estabais muy equivocados. Calígula no tenía límites.



Cuando torturaban a alguien disfrutaba viéndolo y recomendaba a los verdugos que “que hiriesen de manera que se sintieran morir”. Incluso estas ejecuciones le animaban las comidas, durante las cuales no era extraño ver a un soldado experto en cortar cabezas mostrando su “don”.



Su afán por ser recordado toda la eternidad llegaba hasta tal punto que se lamentaba que durante su reinado no hubiesen ocurrido ni grandes hambrunas, ni desastres naturales ni de ningún otro tipo y que por tanto nadie se acordaría de él. Por lo que sí sería recordado sería por ordenar a sus soldados que recogieran conchas del mar estando de expedición militar en Bretaña. Y aunque se empeñó en ser gladiador, auriga, cantor y bailarín, no tuvo tanta suerte para pasar a la Historia por ello.





La crueldad y la genialidad en Calígula trazaban una línea difusa muy difícil de discernir, porque a veces tenía puntos como éste que cuenta Suetonio: “En medio de espléndida comida comenzó de pronto a reír a carcajadas; los cónsules sentados a su lado le preguntaron con acento adulador de qué reía: Es que pienso, contestó, que puedo con una señal haceros degollar a los dos”.



En cuanto a los amores cuenta Suetonio: “Jamás cuidó de su pudor ni del ajeno; y créese que amó con amor infame a M. Lépido, al payaso Mnester y a algunos rehenes. Valerio Cátulo, hijo de un consular, llegaba a gritar que lo habla prostituido y que estaba extenuado por ello. Sin hablar de sus incestos con sus hermanas, ni de su conocida pasión por la cortesana Piralis, no respetó a ninguna mujer distinguida. Lo más frecuente era que las invitase a comer con sus esposos, hacialas pasar y repasar delante de él, las examinaba con la minuciosa atención de un mercader de esclavas, y si alguna bajaba la cabeza por pudor, se la levantaba con la mano. En seguida llevaba a la que le agradaba más a una habitación inmediata, y volviendo después a la sala del festín, con las recientes señales del deleite, elogiaba o criticaba en alta voz lo que habla encontrado agradable o defectuoso en la persona de cada una y en sus relaciones con él”.



Tenía un cariño muy especial por el caballo Incitatus, como cuenta Suetonio “la víspera de las carreras del circo mandaba soldados a imponer silencio en todo el vecindario, para que nadie turbase el descanso de aquel animal. Mandó construirle una caballeriza de mármol, un pesebre de marfil, mantas de púrpura y collares de Perlas: dióle casa completa, con esclavos, muebles, en fin, todo lo necesario para que aquellos a quienes en su nombre invitaba a comer con él, recibiesen magnífico trato, y hasta se dice que le destinaba el consulado”.



Su extravagancia era tan grande como su glamour: comía perlas disueltas en vinagre y daba a sus invitados comida condimentada con oro, como si fuera azúcar glas en un bizcocho. Glamour que mostraba aún más con su vestimenta: “Su ropa, su calzado y en general todo su traje no era de romano, de ciudadano, ni siquiera de varón. Frecuentemente se le vio en público con brazaletes y manto corto guarnecido de franjas y cubierto de bordados y piedras preciosas; otras veces. con vestidos de seda y túnica con mangas. Por calzado, llevaba sandalias, coturno, o botines de corredor, y algunas veces zueco de mujer. Con mucha frecuencia se presentaba con barba de oro, llevando en la mano un rayo, un tridente o un caduceo, insignias de los dioses, y algunas veces se vestía también de Venus. Hasta antes de su expedición a Germania, llevaba con asiduidad los ornamentos triunfales, y no era cosa rara verle la coraza de Alejandro Magno, que había mandado sacar del sepulcro de este príncipe” (Suetonio).





Puede que todas estas actuaciones tuvieran una explicación lógica, puede que no fueran fruto de la locura sino que tuvieran un motivo detrás. Lo contaremos en la otra cara de Calígula. Mientras tanto nos quedamos con una frase que él decía y que define muy bien esta cara: “Que me odien con tal de que me teman”.

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